Se trata de una prueba
de uso frecuente en el diagnóstico de enfermedades dermatológicas
de naturaleza inflamatoria, infecciosa o tumoral.
Su objetivo es la obtención de un fragmento de piel para
su estudio al microscopio.
Se inicia el procedimiento
mediante una inyección de anestésico local en la zona
a biopsiar, previamente seleccionada. Posteriormente se
extrae el fragmento de piel mediante bisturí y se sutura
el defecto resultante.
El tamaño del fragmento
es variable dependiendo de la naturaleza de la lesión
que se pretende estudiar; en ocasiones es suficiente con
biopsias de 0,3 mm de diámetro, mientras que en otros
casos se precisa la extirpación de la lesión completa
para llegar a un diagnóstico (biopsia-extirpación). La
zona del cuerpo donde asiente la lesión también condiciona
el tamaño de la muestra, de forma que el dermatólogo intentará
realizar biopsias de pequeño tamaño en las zonas más visibles
(cara), siempre que sea posible.
Los riesgos son mínimos
para el paciente. En ocasiones se producen pequeñas hemorragias,
infecciones locales o cicatrices inestéticas. A nivel
general pueden producirse, también con escasa frecuencia
y en pacientes predispuestos, reacciones vasovagales (lipotimias).
La incidencia de reacciones alérgicas severas a los anestésicos
locales utilizados es muy baja. Siempre es conveniente
que acuda a la prueba acompañado por alguien de su confianza.
Los cuidados postoperatorios
son en general escasos, limitándose a unas sencillas medidas
higiénicas que le serán explicadas por su dermatólogo.
Habitualmente no se precisa la administración de analgésicos,
ni la interrupción de la actividad diaria. La retirada
de puntos se realiza entre los 7 y los 10 días dependiendo
del procedimiento y la zona corporal.
En
una visita posterior se le comunicará el resultado del
estudio histopatológico de la biopsia. En ocasiones es
necesario realizar varias biopsias para llegar a un diagnóstico
claro que permita a su vez un buen tratamiento.